Debido a su privilegiada situación, El Correntíu viene a ser algo así como un punto de encuentro para aves de todo tipo de sistemas ecológicos: marisma, montaña, bosque, incluso urbanos (los inevitables gorriones–gurriones-) o marinos (las versátiles y oportunistas gaviotas).
En los cercanos humedales de la Mediana, la zona de la ría, anidan algunas especies como el ánade real (azulón), la polla de agua (gallineta), o el martín pescador (al incansable verderríos es fácil verlo afanándose entre el Tocote y Tito Bustillo); otras están de paso en diferentes épocas del año y alegran el paisaje con su atractiva silueta y sus roncos gritos (garcetas, garza real, avefría–neverina-) y desde el Cuera se acercan con frecuencia los enormes alimoches (frangüesos), pero lo más abundante son las especies propias del bosque.
En El Correntíu, los centenarios robles y alisos que nos rodean por los lados este y sur y que tan eficazmente nos protegen del nordeste, sirven de refugio a infinidad de pájaros; la masa boscosa del oeste que a lo largo de la riega baja desde Sardalla cargada de avellanos y laureles y los diferentes árboles frutales -!ay!- ayudan a mantener activo este bullicioso vecindario… Porque los hay ruidosos, como la urraca (pega) y los gregarios grajos y cornejas (cuervos) que parece que todo el día anden a la gresca si hasta se enfrentan con el poderoso busardo (pardón)! Esta especie de águila, junto con el cernícalo (viquina), constituye lo más florido de nuestras rapaces diurnas; las nocturnas están bien representadas por la figura blanca de la lechuza (coruxa), de inquietantes voces, y el cárabo (durante muchos años tuvimos un guruxu de inquilino en los silos). En muy contadas ocasiones nos ha regalado su presencia algún faisán por nuestros prados compitiendo con los cuervos por los granos de maíz; lo que sí se oye con frecuencia es su chirriante llamada. El previsor arrendajo (gao) entierra en el otoño bellotas para tiempos de crisis… como parece que no siempre es capaz de recuperarlas en la práctica resulta un eficaz propagador de vegetación autóctona.
Aunque son algo camorristas y nos acaban con los arbeyos, a los mirlos (miruellos) se les perdona todo por su trino que si se puede escuchar en cualquier rincón de la ciudad, es en el silencio del campo donde mejor se aprecia su atractiva melodía. En esto del buen cantar compiten con ellos el madrugador zorzal (malvís) que se deja ver cuando los árboles están sin hojas, en pleno invierno, cantando en la rama más alta del más alto roble, y el descarado petirrojo (raitán) que se arrima confiadamente cuando estás en la huerta a ver si cae algo: !le acercamos insectos y se los come!
Hay un buen número de pequeños pájaros que se confunden unos con otros, si exceptuamos la lavandera (llendadora), herrerillo (veranín), o las bandas de alegres y vistosos jilgueros (xilgueros) y pinzones, y además algunos no se dejan ver fácilmente: agateador (esguilón), ruiseñor, chochín (cerica), mosquitero (pioyina), curruca (xiblata), verderón, verdecillo (verderín), carbonero (abeyerín). En oleadas vienen estorninos y golondrinas (andarines) y en la primavera se oye el toc-toc del multicolor pito real (picaniellu), de impulsivo y ondulante vuelo, y el canto del invisible cuco (cuquiellu), capaz de pronosticar casorios: «cuquiellu, marmiellu, rabín de escoba ¿cuántos años faltan pa la mi boda?»